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Aunque ya no estés



“Miro hacia el cielo y trato de verte entre tantas estrellas, busco entre las sombras tu imagen perdida. Dibujo tu rostro en las nubes que veo pasar, viajando sin rumbo fijo y, guiándome por la luna, le pregunto:

¿Dónde está?

Y enseguida mi pecho se agita dándome la respuesta con una lágrima derramada que me hace comprender de nuevo: No está aquí, pero permanece en mi corazón.

Y entonces no dejo de pensar:

Ojalá existiera una escalera al cielo para poder verte cada día. Ojalá pudiera decirte de nuevo todo lo que te quiero. Ojalá pudiera demostrarte lo que te necesito, lo que me importas y lo que me aportas.

Si pudiera volver a verte aunque solo fuese un segundo no te soltaría. Te abrazaría tan fuerte que sería difícil distinguirnos. Seríamos dos almas fusionadas, dos amores, dos anhelos, dos fugaces eternidades.

Quiero pensar que en algún lugar, no sé ni dónde ni cuándo, volveré a verte.

Me gusta revivirte en mi mente, verte en el cielo e imaginar que me sonríes cada noche. Muchas veces imagino que me guiñas un ojo y que me haces cómplice de tus miradas, como hacías cuando estabas aquí.

Sé que no volverás, pero saberte estrella fugaz me da fuerzas para seguir aunque ya no estés”- Autor Desconocido.

Hago este post porque he recibido muchos mensajes de personas que quieren algunas palabras específicas para esta situación en particular.

Y es que pasa que cuando muere un ser que amamos profundamente sentimos un dolor que nos traspasa el alma y nuestro corazón se rompe en incontables pedacitos de frustración al perder para siempre a aquella persona.

Pero, ¿Qué puede doler más? ¿Saber que jamás podremos volver a verle? ¿Ese montón de palabras que siempre quisimos decir y no pudimos? ¿El hecho de que estemos aquí y ellos no? ¿Cómo pedirle al alma que no llore por tantas ausencias?

Quisiéramos estar en paz, sabiendo que quien murió se marchó a un lugar mejor, en donde se encuentra la paz y la armonía que todos buscamos… Pero en lugar de pensar así, estamos aquí sufriendo, pensando en el dolor que sentimos y derramando las lágrimas más amargas que nunca pensamos derramar.

Sabemos que algún día la muerte llegará, sea por el paso de los años o por los inevitables accidentes o enfermedades que a veces acontecen. Pero, nunca estamos preparados para vivir sin aquella persona compañera de nuestra alma.

No hay palabras ni consuelos que alcancen a darle luz a las oscuridades que te envuelven.

¿Pero saben una cosa? Hay algo que es verdad entre tantas palabras que escuchas: la persona que murió no quisiera que sufriéramos a causa de su partida. Ése ser nos amaba y el amor no es sufrimiento, ¿acaso existe alguien que quiera ver sufrir a las personas que ama?

Yo creo que no, y sé que tu también lo crees. Por ello yo suelo pensar que cada persona que se fue es una estrella en el cielo que nunca se apagará y que cada noche podré mirar. Es una manera más de decirme a mí misma que todos esos recuerdos logran iluminar mi mundo cada noche.

Y no, con el tiempo las ausencias no dejarán de doler, simplemente anestesiamos a nuestro corazón. Lo acostumbramos a sentir cierto vacío, pero la pérdida de un ser querido es una herida que no podemos sanar, solo aceptar.

Lo importante es ser conscientes de que nunca les dejaremos de echar de menos. Tenemos que llorar, sentir que algo se ha roto, que se han marchado y que no hay un después al que nosotros podamos ponerle palabras.

Sin embargo, aunque nunca dejemos de sentir la soledad y el dolor por la muerte de un ser querido, sí podemos recuperar nuestra vida y nuestras ganas de vivir.

Pasen días, meses o años nuestros seres queridos nunca dejan de estar con nosotros en nuestros recuerdos y en nuestro corazón. Porque el hecho de haber compartido la vida es lo más permanente de este mundo.

No es fácil admitir que hay una parte de nuestra historia que se ha quedado inconclusa, que se ha truncado por el final de la vida. No es fácil porque nunca dejaremos de recordar, sentir y pensar en todo lo que se quedó pendiente.

Así, para vivir en armonía con nosotros mismos y con nuestros seres queridos, debemos permitirnos realizar el duelo en paz. A pesar del indeseable dolor de la ausencia, nuestra vida continúa y nos toca aceptar su partida comprendiendo el sentido de la muerte y de la vida.

No podemos evitar que nuestra vida se paralice, que nuestro corazón dé un vuelco y que nuestras emociones nos bloqueen.

Tener que aprender a convivir con ese tortuoso dolor asusta. Asusta mucho porque está tan adentro que sabemos que es algo de lo que no podemos desprendernos. Sin embargo, hemos tenido la dicha de poder quererles, así como la fortuna de nos hayan dejado parte de su ser en este mundo.

La muerte no es algo que se supere, es algo que se acepta. Quizá no encontremos la salida en mucho tiempo, quizá no superemos las ausencias en muchos meses…

Pero hay algo que ni siquiera la muerte rompe: el AMOR, y aunque ya no podamos ver a la otra persona, ni sentir su aroma, ni escuchar su voz, ni mirarle a los ojos, ni abrazarle físicamente, siempre podremos cerrar nuestros ojos para recordarle, para decirle desde nuestro corazón que le echamos de menos, que le amamos, que nos perdone, que nos abrace.

Y desde ahí, es donde nacen los verdaderos consuelos: desde la eternidad de un sentimiento y no desde lo efímero de una vida mortal. Abraza tu dolor, seguramente el tiempo, como gran maestro, te mostrará el camino a la sanación de tu alma, porque tú no necesitas un cuerpo que ver o tocar, sólo necesitas un alma que sentir.

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